13 nov 2008

SANTA CECILIA....VELANDO POR LOS MÚSICOS





Llena de músicos que pasean aburridos, cargando sus instrumentos, mal vestidos algunos con los trajes de mariachi desgastados. Caminando para aguantar las horas, sentados solo en espera de algo más.
Instrumentos colgados en las paredes, recargados en las banquetas, de maderas viejas y maltratadas, de cuerdas débiles, están ahí esperando ser tocados, también con los sonidos viejos y tristes.
Santa Cecilia mujer romana que dedicó su vida a los ideales religiosos que veneraba, dicen que la torturaron encerrándola en un cuarto de calefacción de unos baños romanos para que se asfixiara pero ella resistió tal tortura y en lugar de mostrarse débil cantaba, y se piensa que gracias a esto se le nombró Patrona de los músicos.
Así parece que se asfixian de ves en cuando sus devotos entre la vida amarga, en el rincón más oscuro de Tijuana, y también como ella se refugian en las notas musicales.
En el más ortodoxo romancitismo musical, en el que uno piensa que la música siempre se ejerce de manera vocacional, con la pasión propia de esta disciplina, los músicos que sobreviven en la plaza Santa Cecilia no todos tocan por amor a la música, no todos tocan por un sueño o por una forma de vida.
Alfonso Peña, está sentado junto a la estatua de la santa que sostiene una lira entre sus manos y simula tocarla, inmune a los rastros que deja el tiempo. Alfonso "el chente" como le dicen sus compañeros sostiene una guitarra vieja y ve hacia ninguna parte.
- Cómo empezó en la música don Chente?- le pregunto.
- Yo soy albañil, y me vine desde Michoacán, siempre he sido albañil desde chico, mi apa también era albañil, y pues me vine pa acá pa Tijuana, pero en una obra me lastimé la rodilla, y pues no me la he podido arreglar, ya no puedo cargar cosas, no puedo andar en la obra. Por eso me vine aquí a tocar, mi papá me enseñó, y pues no se hacer otra cosa.

La música se convirtió en su segunda opción, y se refugió en la plaza Santa Cecilia para poder sobrevivir. No todos los días son de suerte. No todos los días hay trabajo, a veces los días de labor están llenos de nada, de inmovilidad y aburrimiento.
Chente afina su guitarra aún sentado al lado de Santa Cecilia que lo ve, estática con sus ojos profundos e inertes.

Debajo del reloj gigante que adorna esa zona de la ciudad, con un traje desgastado, con el cabello entrecano peinado perfectamente y con las arrugas que el tiempo regala, se encuentra Pastor Alonso, quien dice ser músico desde que nació. Su padre lo fue y su abuelo también. El señor Pastor habla con un tanto de ego en su pose, en sus palabras. Asegura que además de músico es actor y que alternó con Pedro Infante, El Piporro, Jorge Negrete y demás grandes, y que ha hecho más de 50 películas. Lo dice con tal seguridad y con la cabeza tan en alto que en momentos uno le cree. Habla de su gran trayectoria y de su gran vida, hasta que calla para dar paso a demostrar sus habilidades como cantante y músico. Toma su guitarra de cuerdas largas y nuevas, y la empieza a rasguear al mismo tiempo que a entonar canciones de antaño, se muestra orgulloso, seguro de su talento, parece sentir que está en un gran escenario o que una periodista importante lo entrevista.

Es temprano aún y los bares que rodean la plaza empiezan a abrir, las prostitutas ya se establecen en su puesto de trabajo, vestidas con diminutas ropas que alcanzan a mostrar los rastros que la vida ha dejado en ellas, cicatrices y demás marcas, las pieles morenas y maltratadas, los maquillajes sobrecargados, las melenas largas ondean en el aire, mientras ellas ven a los que pasan, ven a su alrededor esperando el comienzo de la noche. Algún misterio detrás hace que todas ellas siempre tengan la mirada triste, y den cierta curiosidad de charlar sobre su vida, y de cómo llegaron a ese rincón, a esa esquina y ver pasar la vida.

Oscurece y el altar de Santa Cecilia parece alumbrar un poco el lugar. A su alrededor la acompañan flores de plástico, una que otra natural pero ya seca, y veladoras sin prender.

Cecilia está metida en una jaulita blanca, y a pesar de no tener vida, su mirada se ve nostálgica. Qué pensaría, si viviera, acerca de ese lugar en donde la han puesto y en donde no todos saben que ella es la patrona de los músicos?. Será que ella tampoco amaba tanto la música?, será que le inventaron su vocación por las notas, y su pasión por cantar, y su gran destreza por tocar el arpa?, será que ella también se encontraba presa de la vida y de su destino?. A Cecilia la obligaron a casarse, a su esposo Valeriano ella lo convirtió en cristiano, dicen que le advirtió que su virginidad y cuerpo eran de Cristo y que para que le creyera y respetara le enseño a su ángel guardián, el cual se les apareció para dar credibilidad a la Santa. Ella también fue presa de la vida, y como a Chente el destino la llevó por otros caminos.

Tendrán tanto en común los devotos obligados con la inocente Cecilia romana?, los contextos son muy distintos sin embargo las vidas se pueden comparar en muchos aspectos.

Gerardito tiene 11 años y está sentado al lado de un señor ataviado con accesorios de “vaquero”, sombrero, cinturón, botas y demás, Gerardito también viste parecido a su padre. Son muy parecidos, no solo en la vestimenta también en el físico. Es el más pequeño de los músicos de la zona, al parecer. Junto con su padre y otros músicos tocan en un conjunto norteño.
-A mi no me gusta tocar la música, yo me quiero ir a jugar fútbol.
Dice enojado el pequeño. Su padre se lo lleva a trabajar, le ha enseñado a tocar el Tololoche y la guitarra, lo pone a tocar esta última porque el bajo aún está muy grande para el niño.
- Siempre viene de mala gana, pero se tiene que aguantar. Tenemos que comer de algo. Dice imponente el padre.
Mientras, su retoño lo ve con cara de desaprobación y carga la guitarra que también le queda grande.
El Padre cuenta cómo llegó a Tijuana, dice que hace 15 años arribó a la ciudad con su primogénito recién nacido y su esposa, a buscar suerte como todos; en eso corre a un automóvil que se detiene, no termina de contarnos porque se irán a tocar a un restaurante de por ahí. Tampoco se despiden, apresurados descuelgan sus instrumentos de las rejas y se los ponen en las espaldas y parten a trabajar.
La noche ha caído totalmente. El lugar se ilumina por las luces de los bares, y de los lugares cercanos. Cecilia se ve más acompañada, rodeada de sus devotos musicales, de los instrumentos viejos que esperan ser tocados y de las miradas nostálgicas que hacen dueto con la suya, aunque inerte. Quizá también ella los acompañe en alguna canción.

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